domingo, 7 de abril de 2013

Café Hafa



 

Hay escritores silenciosos, cuya existencia y obra acaricia como un susurro; autores que, despacio, afianzando sus pisadas por terrenos resbaladizos, a menudo en pendientes poco o nada transitadas, van creando una obra consistente, de calidad; poetas que investigan nuevas rutas, caminos alejados de la planicie por donde deambulan el resto, que gustan de asumir algunos riesgos, de encontrarse a sí mismos en las cumbres de escarpadas montañas. Escritores, en definitiva, que pasan de las modas y que siguen la senda de su propio instinto creador. Este es el caso de Verónica Aranda (1982). Hasta la fecha, ha publicado ocho poemarios: Poeta en India (Melibea, 2005. “Premio Joaquín Benito de Lucas”); Tatuaje (Hiperión. 2005. “Premio Antonio Carvajal”); Alfama (Fundación José Hierro. 2009. “Premio Margarita Hierro”); Postal de olvido (El Gaviero. 2010. “Premio Arte joven de la Comunidad de Madrid”); Cortes de luz (Rialp. 2010. Accésit del “Premio Adonáis”); Senda de sauces (Amargord. 2011); y Café Hafa (Tres Fronteras. 2012. “Premio Antonio Oliver Belmás”). Cada libro establece un diálogo con una tradición literaria y una cultura diferentes. El último, Café Hafa, rinde homenaje al norte de Marruecos, geografía que la autora conoce de primera mano, pues ha vivido allí. Aranda nos sumerge con sus versos en medinas, cafés, cines y puertos bulliciosos, repletos de vida. Su lírica, altamente sensorial, describe de manera seductora los espacios y tipos sociales (tejedores, prostitutas, curanderos, taxistas, mercaderes…) de Tánger, Tetuán, Xauen, Rabat o Marrakech, ciudades todas en las que el tiempo duerme, se anquilosa, se para y nos descubre el enigma de cómo fue el pasado medieval. Verónica Aranda muestra en sus textos una gran capacidad sugestiva para trasladarnos a donde desea. Durante la lectura de su libro, habitamos las calles de Marruecos: oímos las llamadas a oración, olemos las especias de los puestos, degustamos la menta del té verde… Pero ante todo, descubrimos el placer de la ociosidad, de la contemplación: “Ninguna aspiración más que la luz cobriza” (pág. 23), a la que se dedican con esmero los tangerinos sentados en la necrópolis con vistas al Estrecho, en los espaciosos cafés o en la céntrica Plaza del 9 de abril. Verónica Aranda combina las escenas costumbristas del libro con las alusiones culturales al matrimonio Bowles, Tennessee Williams, Juanita Narboni o Ava Gardner, ilustres habitantes de la vieja “ciudad internacional”, que amplifican el carácter legendario de Tánger. No falta en el libro la denuncia de la ola islamista que, entre otras voces, critica la traductora Houda Louassini (El País, 24/03/2013), quien habla “del declive acelerado de una ciudad emblemática”. La emotiva “Elegía desde el Café Hafa”, lamenta el atentado que se cobró la vida de Hassan Ziani (amigo de la escritora), en 2011, cuyo asesino fui indultado un tiempo antes por un “rey/ que da la libertad a terroristas” (página 22). Quizás el poemario sea la excusa perfecta para adentrarse en un mundo colorido y variopinto, al menos, por ahora. Quien abra sus páginas sentirá en su pecho estas palabras de Rudyard Kipling: “Entre los dones de la tierra hay pocos placeres comparables a la alegría de entrar en contacto con un nuevo país”.         

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