domingo, 5 de julio de 2015

Ítaca





Extraordinario poema de una autora, Paca Aguirre, que se merece estar en el canon poético.

Dedico este texto a quienes no tienen miedo. 
Al pueblo griego. 
A la ciudadanía que no teme las consecuencias de su lucha justa por el trato digno. 
A la profesora que se levantó del aula de oposición y dejó escrito en su examen, para que lo leyera el tribunal: "Si no somos capaces de posicionarnos, si no reaccionamos solidariamente ante el ataque directo al colectivo de interinos como eslabón más débil en la cadena de agravios a la educación, entonces sí, entonces este profesorado, todo él, está enfermo, inhabilitado para educar y debería curarse de moral o abandonar".


La espera

Lo mejor que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé que no resulta fácil atenazar el miedo.
Pero también el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no menospreciar esa sabiduría.
Calma, mucha calma,
en medio del terror también se puede tener calma;
casi diría que es imprescindible.
Moverse con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso en falso puede significar la destrucción.
Miedo, naturalmente. Mucho miedo:
nadie quiere desintegrarse.
Pero también el miedo integra. No olvidarlo.
Por descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en casos como el presente
lo más seguro es ver los hechos con realismo.
Nada ayuda tanto como la realidad.
Lo mejor que podemos hacer
es mirar con afecto a la consolación;
cuando se tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera puede morir,
pero morir a solas es más largo.
Y si el miedo sigue creciendo,
apoyar una espalda contra otra. Alivia.
Infunde cierta seguridad
mientras dura la espera, Telémaco, hijo mío.
  

(De Ítaca, 1972)


Francisca Aguirre


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