domingo, 22 de noviembre de 2015

Cereté II: Betsimar Sepúlveda (Venezuela)

 


Es bello el asombro del nuevo día
todo cuanto veo, viene irremediablemente de la noche
no cabe esta inmensidad azul en mis pupilas
ni los verdores que se yerguen de montaña en montaña
el arco de la tierra se tiempla y el viento enciende la ruta de los sonidos
 entre los sauces, guayacanes, ceibas y palmas
caen los frutos maduros, cantan los gallos y a lo lejos, el rumor del río.
En mi hamaca yo,
soñándome raíz, extendiéndome hacia lo profundo
asida a mi propia fuerza, empujando hacia abajo
buscando nacer en un círculo de magma.
Llevo en mi costado semillas, gusanos, escarabajos y humedad
nada más hará falta
salvo la mañana ensanchada de sol
no quiero orugas transmutándose en vanidades ligeras
quiero hormigas y abejas comiendo de mí, naciendo de mí.


Me vivo y me sueño sombra de pájaro
arriba y abajo, intocable, inasible
en mi corazón han germinado alas
no se arrastra, no espera la repatriación al paraíso
ni será un perro echado al pie de un nombre.
Como el jilguero
también tengo un canto que aguarda en mi garganta.
Tantos me amaron y no miento si digo que yo a ellos
no hay nostalgia que cuaje en mi corazón
a todos los llevo en la punta de mis dedos
y con el dedo índice hago el inventario en las arenas del río
dientes, ojos, manos, piernas, voces, promesas, nada he olvidado.
Pero sucede que cada noche el río crece
se lleva mis rayuelas y mis inventarios
sin embargo, me deja bajo sus piedras
la arcilla para nombrar un nuevo milagro
donde he de reconocerme.


(Poema del libro Profesión de Fe, 2013)

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